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Cuando Almería era la Alcazaba y el Rincón de Juan Pedro

Viendo a aquellos camareros esmerados, con chaqueta blanco nuclear y pajarita  carbón, cualquiera hubiera pensado que El Rincón de Juan Pedro no podría dejar nunca de existir.

Nadie podía barruntar entonces, en los trepidantes 60 y 70, con imperiales  doradas crepitando en el horno, con aristocráticas langostas claudicando en las cazuelas, con parisinos suflés  suspirando en el obrador, con familias enteras haciendo cola en la barra de madera, que ese talentoso restaurante de la Almería del despegue cerraría para siempre, como nadie podía pensar que la Alcazaba o el Círculo Mercantil pudieran hoy día desaparecer.

Hasta que lo hizo: cerró una mañana de 1993, tras apagarse como una lamparilla, con ese tono ajado de decrepitud que propinan los años, dejando arrestadas entre las paredes de sus antiguos comedores y reservados miles de historias y confidencias de una ciudad.

En El Rincón de Juan Pedro se hizo la Almería que luego fue- la que hoy es-  porque es allí, en esos almuerzos de hermandad, en ese crisol, en esas comidas de trabajo, en esas cenas de postín en el Juan Pedro, donde se fraguaron los afectos, las artimañas y las decisiones que permitieron abrir o cerrar unos horizontes y no otros.
Juan Pedro Alarcón Martínez, un hostelero simpático con aspecto de cantor de boleros, que venía de regentar la cafetería de la Térmica, abrió primero en 1967  el Rincón de Juan Pedro chico, el de pobres, que aún existe en la calle Federico de Castro atendido por su hijo,  junto al Hotel La Perla.

Era un establecimiento al uso, para chatear y tomar algún plato casero.  Un año después, alentado por su clientela fiel y junto a sus tres hermanos Lorenzo, Diego y Miguel, decidió arrendar el antiguo local de la bodega La Reguladora, de Federico Estrella, y convertirlo en un suntuoso restaurante de dos tenedores, con maderas nobles, cristalería veneciana y vajillas de Gamecho.

Echaron el resto los hermanos Alarcón, con docenas de jamones ibéricos colgando del techo, bandejas de manjares en los mostradores y bocoys de vinos de crianza en la entrada.
Presumía  el espacioso edificio de dos plantas de comedores y reservados para banquetes y cenas de gala y un sótano también para celebraciones.

Juan Pedro hizo lo que no había hecho nadie hasta entonces: un restaurante de ensueño, con camareros galantes y una infinita carta de platos que iban desde la tradicional cuchara almeriense -gurullos, trigo o pimentón- que no había bricando aún de las cocinas domésticas, hasta las mejores carnes de caza y pescados y mariscos de la bahía.
Fue el restaurante del  despertar turístico almeriense,  cuando la clase media empezó a disponer de cuarenta duros  en el bolsillo para comer a mantel puesto; el fogón por antonomasia de los cineastas y de los políticos nacionales que empezaban a dejarse ver en las primeras elecciones democráticas, seguido por otros locales también de relieve como el Club de Mar y el Imperial.

El Rincón era el comedor por donde pasaba media ciudad, sobre todo las familias más acomodadas, y llegó a tener una plantilla de hasta 60 empleados entre camareros, cocineros, pinches, cocteleros, maitres y ayudantes. Entre ellos,  y a lo largo de sus 25 años de funcionamiento, Manolo Gil, Mariano Linares, Francisco Martín, José Vázquez, Manolo Sáez, Rafael Esquinas, Manuel Diaz, Joaquin Galera, José Antonio Sáez y José Torrente.
Juan Pedro  y sus hermanos eran imparables entonces en los negocios: se agenciaron otro restaurante, el Caballo Blanco, en Huércal, la confitería La Campana,  la cafetería de La Perla, un comercio de tejidos y servían recepciones, desde las cenas de gala en La Alcazaba a las fiestas del Casino de Dalías u homenajes a la Guardia Civil en Vera o cotillones en El Náutico.

Aparecía El Rincón, como un espolón de proa de la hostelería almeriense, en todas las guías gastronómicas de la época, como la de la Campsa. El Juan Pedro, era como un lujo asiático infiltrado en la paramera de la Plaza del Carmen, con aire acondicionado en los salones cuando apenas habían llegado cuatro aparatos a la provincia, con servilletas mullidas de medio palmo, con surtido de gambas y cigalas para poner a reventar a los gobernadores de la época como Gias Jové o Juan Mena  y a toda su corte  o a alcaldes como Gómez Angulo, Rafael Monterreal o José Luis Pérez Ugena.

Allí se sirvieron banquetes memorables como el de la jubilación del periodista Martimar, el de la Semana Naval o el del equipo de rodaje de Hasta que llegó su hora con Claudia Cardinale, o la del equipo del programa de Joaquin Soler Serrano ‘Los hombres saben, los pueblo marchan’; allí almorzaron presidentes del gobierno como Adolfo Suárez y Calvo Sotelo, y cenaron políticos bragados como Fraga, Blas Piñar y Alfonso Guerra, que encontraron consuelo, tras cansinas  jornadas mitineras, en el aroma de una sopa bullavesa o un bonito escabechado.

Lo más florido, lo más popular que aparecía por Almería acababa, por derecho propio, en El Rincón: personajes exóticos como Marujita Díaz, Tip y Coll y Don Cicuta, que vinieron al Festival de la Canción, en el patio de La Salle, se hincharon a firmar autógrafos en servilletas de El Rincón.

Y Sara Montiel se puso morada de pavo y jamón de bellota junto a Manolo Galván y el ministro Sánchez Bella, pidió bicarbonato, y los del Rally de Montecarlo, solo querían almejas a la marinera y en un reservado nació el proyecto del A.D.Almería y Harvy montó allí su tertulia y eran fijos los Caballeros Mutilados por la Guerra y por la Patria para celebrar a su patrón, el Arcángel San Gabriel, con pavo y camarones. Hubo un tiempo en que Almería era Juan Pedro.

Pavos y lenguados, cigalas y suflés, el Rincón de Juan Pedro marcó un antes y un después en la hostelería almeriense. Un restaurante de postín que abrió sus puertas en la Plaza del Carmen en 1967, cuando Almería se desperezaba,  y que cerró 25 años después, dejando atrás toda una historia de banquetes y  comensales que marcaron a una ciudad

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