Abrió en 1932 y se mantiene en Obispo Orberá como uno de los comercios más antiguos de Almería.
Eduardo Blanes Alcaraz pasó su vida entre sacos de pimentón y cartillas de azafrán, embriagado por los aromas de la matalahúva y la albahaca que se prendían a su eterno babero y que hacía que sus hijos adivinaran siempre cuándo su progenitor había llegado al hogar.
Fue este comerciante de la Rambla del Obispo el paladín de ese templo de fragancias que fue y aún sigue siendo -así pasen los años- Casa Blanes: donde los cortijeros iban a por el testamento para la matanza del cerdo, como Colón creyó ir a las Indias a por la pimienta y el clavo; donde las tiendas de barrio se proveían de latas de mantequilla y talegas de legumbres; donde los gitanos ambulantes se agenciaban las velas para venderlas por Semana Santa.
Casa Blanes, con ese halo místico que aún permanece tras 86 años de historia, con ese techo infinito, es uno de los comercios abiertos más vetustos de la ciudad y cuando uno ingresa por la puerta parece que un mahatma va a salir a atenderte en ese mostrador que emula al primitivo para ofrecerte el mejor té de hierbabuena o la mejor ramita de laurel.
El relato de este entrañable comercio arrancó en 1932, cuando en ese mismo lugar y en esa misma calle, aunque rotulada entonces como Blasco Ibáñez, los hermanos Blanes (Eduardo, Manuel, Guillermo y Andrés) se hicieron con el traspaso de una decimonónica tienda de ultramarinos bajo la señorial casona, que aún permanece, de Manuel Benítez y Francisca Ruano. Los hermanos Blanes Alcaraz eran hijos de Eduardo Blanes Alex, un albéitar de Instinción que herraba las reatas de mulas que transportaban los barriles de uva río abajo hasta el Puerto de Almería.
Con el tiempo, estos emprendedores hermanos quisieron abrirse camino en la ciudad de los tarantos empleándose en diversos oficios, hasta que vieron la oportunidad de reflotar esa vieja tiendecilla.
La familia tenía también una hermana, Virtudes, y un hermano mayor, Francisco, que tras estudiar en el Seminario, se salió antes de cantar Misa para sacar unas oposiciones a Maestro Nacional. Fue un pionero defensor de la escuelas de capacitación agraria en una provincia como Almería, antes incluso de que existieran.
También fue miembro del Ateneo y aficionado a la paleontología, llegando a excavar osamentas de mamíferos en la zona de Instinción, cuyos fósiles fueron cedidos al Museo Arqueológico. Fue concejal de Abastos durante la República y tras la Guerra fue desterrado.
Eduardo, el tercero de los hermanos, ya tenía cierta experiencia comercial cuando desde mozo había ayudado a su tío Francisco Salvador en un almacén de alimentación y tejidos desde el que surtía a toda la comarca del Andarax.
Casa Blanes tuvo que afrontar muy pronto la desgracia de la Guerra, en la que lidió con los racionamientos y la falta de género. Tanto, que durante un tiempo tuvieron que dedicarse a la venta de alpargatas que traían de la fábrica de Miguel Giménez de Vera.
Cada uno de los hermanos fue creando su propia familia y ampliando horizontes: Manuel abrió una tienda de tejidos en la calle Las Tiendas y Andrés montó una alpargatería en el local de al lado a la tienda y con los años fue extendiéndose con olfato comercial por la ciudad y la provincia de la mano de su hijo Guillermo, con Deportes Blanes.
La tienda iniciática, bajo ese bello balcón de madera acristalada que aún permanece, fue ya cosa de Eduardo y Guillermo, éste dedicado más a tareas administrativas y aquel a despachar siempre en el mostrador izquierdo. En medio, un pasillo central que daba a la trastienda y a la derecha, el mostrador del empleado Martín Cañizares bajo los enormes tarros del Cola-Cao y de los garbanzos y las lentejas a granel y de los capachos de sardinas arenques. Los pedidos a las tiendas de barrio los atendía José García Hueso y Emilio Usero, que echaba el día con las mozas, los repartía con una carrillo. También dispensaban todas las semanas los frutos secos a los vendedores ambulantes que armaban el tenderete en la Puerta Purchena o a los que iban a vocear las pipas y garrapiñadas al Estadio de La Falange.
En la puerta y enfrente de la fonda El Sur de España paraban los coches que venían de los pueblos y cosarios como El Melo de Vícar que llegaba con un carro y se proveía de anís estrellado y nuez moscada. Por allí estaba también el almacén mayorista de Alemán, donde Blanes compraba el bacalao, y había que lidiar también con la parada de coches de caballos que nutrían la calle con su olor característico, cuando en esa céntrica avenida aún había arbolado que daba sombra. Las especias llegaban de Molina de Segura y otros pueblos de Murcia servidas por esos viajantes de chaqueta y maletín que alquilaban habitación con baño en el hotel La Perla. Cuando llovía con fuerza salía la Rambla de Alfareros y entonces el agua y el barro llegaba a entrar por debajo de la persiana de Casa Blanes convirtiendo el establecimiento en un lodazal.
Blanes mantenía una hermandad de socorros mutuos con otras tiendas del ramo, como la de Enrique López, en la calle Castelar, y la de Antonio Hernández, en la calle Murcia, que constituían un triángulo de apoyo cuando un cliente pedía algo que no tenía una y sí la otra. Cuando falleció Guillermo, siguió adelante Eduardo, con su babero perenne, haciendo pedidos a proveedores en la trastienda, revisando los vales del fiado, hasta que le daban las once de la noche y tenía que acudir alguno de sus hijos a rescatarlo, por indicación de su madre María Arrufat, desde la casa de la calle Gabriel Callejón.
Falleció este comerciante en 1991 y siguió la tienda administrada por sus hijos y gestionada por antiguos empleados, resistiendo incluso los embates de esas obras desesperantes del parking que obligaron a muchos comercios a cerrar. Casa Blanes sigue ocho décadas después en el mismo sitio y a la misma hora, ahora bajo la batuta de Antonio Sánchez, un antiguo empleado que ha sabido conservar la impronta de este viejo negocio que fundaron aquellos hermanos que bajaron de Instinción.
(La voz de Almería)
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