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Los exterminables

Los exterminablesQuinta entrega de relatos está dedicada a Encarnación Magaña, dependienta almeriense fusilada.

Al filo de la madrugada ruge la Leona. Ya no hay marcha atrás, no desea arrepentimientos ni medias tintas. Podría parecer una locura, pero cuando han dicho su nombre y se ha levantado del suelo terregoso, ha sentido ganas de vomitar y una especie de alivio a la vez. Hace días que no come nada, solo agua. Lleva casi año y medio en prisión y no puede imaginar una vida más miserable. Tampoco comprende el mundo inmediatamente anterior a la cárcel, ese en el que le ha tocado vivir. Y no está dispuesta a hacer el intento si para ello tiene que bajar la cabeza, callar.Esa ha sido su cara y su cruz toda su vida, su corta e intensa existencia de veinte años, no renunciar a su verdad. 

Mira por última vez al cielo estrellado de Almería, su Almería por la que entrega su vida. Se permite su último lujo mientras se regodea un instante en sentir la brisa fresca del verano en su cara, una libertad en miniatura. Es agosto del cuarenta y dos, andarán ya por la mitad del mes. Está a punto de amanecer. Y la Leona vuelve a rugir, cuando por una especie de chanza del conductor, revoluciona el motor pisando el acelerador. Entonces Encarna sale del trance e instintivamente aprieta el paso hacia el vehículo, como si le esperase su pandilla para ir a la Feria o algo así. Ya sube a la zona de carga. Ya está la alimaña llena, saciada por esta noche. El camión que transporta a los presos para su fusilamiento se dirige a las afueras de la ciudad, a la tapia del cementerio. Ocho condenados a muerte, siete hombres y una mujer. Siete amigos, siete hermanos que han ayudado a subir a Encarna a las entrañas de la bestia entre lagrimas de reencuentro y a los que se abraza como antaño, con amor, pero sin soltar palabra. Porque hoy ya no hace falta hablar.

Con todo lo que han usado el verbo para intentar cambiar el mundo... Nadie diría que hace apenas dos años soñaban en colores. En ese tiempo sus vidas se han ido retorciendo. Hasta hoy. Sus caras parecen haber vivido décadas en año y medio de presidio. Ellos en El Ingenio, ella en Gachas Coloras. Todos contienen en la postura de su osamenta a ancianos centenarios.

RECUERDO

—Así que dices que te llamas Encarnita y tienes quince años, ¿no es así?

—Sí, Señor. Y también muchas ganas de trabajar. Ya verá usted, don Cleofás, que si me da una oportunidad, le llenó yo esta papelería de clientes. Todo el que camine por el Paseo del Príncipe se parará en el escaparate, y de esos, en dos meses, al menos entrarán la mitad; y de esos, comprarán otra mitad. Le garantizo que una cuarta parte de Almería será clienta nuestra en un abrir y cerrar de ojos, ya lo verá.

—Me habían dicho que eras una muchacha muy espabilada pero creo que se habían quedado cortos. Y dime, ¿cómo vas a conseguir, además de abanicar el aire con esos ojazos negros, que un cuarto de Almería sean clientes de la Papelería Inglesa? Si me convences, el puesto de dependienta es tuyo.

Encarna va rememorando el primer día que pisó aquel local que se convirtió en la fuente de su alegría y donde conoció al amor de su vida, su marido; un ferroviario, José Hernández, militante de la CNT, ya fusilado. Eran tan jóvenes y estaban tan llenos de vida... Porque ellos iban a volver el mundo del revés. Había llegado la República y ya nada podría detenerlos, eran la generación de la España de la democracia, por tanto a este país solo le quedaba organizarse y avanzar, atrás quedaban los dictadores... Hasta el siguiente. El que les jodió la vida, el que se cargó de un plumazo sus sueños de libertad.  Y se le viene a la mente la última carta que le escribió a su José. Nunca supo si se la dieron, esa era la enésima crueldad que chorreaba sangrante como colofón sobre todas las demás. Escribían a sus seres queridos, se desnudaban literalmente intuyendo su triste final para que, los guardas de las prisiones se rieran de ellos y disfrutaran con apilar sus letras en cajones abyectos. Dejar que sus trabajosas letras, amasadas con lágrimas y dolor de corazón, vertidas a tientas en la oscuridad de las celdas comunes con un lápiz sucio sobre un papel de estraza, se borraran sin haber llegado nunca a sus destinatarios. ¡Hubiese querido tanto en estos momentos creer que su Chiquitillo le estaba esperando en el cielo o en el mismísimo infierno, que se iban a volver a ver en apenas un rato...! Su gran defecto otra vez, no mentirse nunca. 

“Te aguardaré para irnos juntos, que quizá sea muy pronto. Entonces sí seremos felices, aunque no tengamos sensibilidad ¿y podrán ser felices lo semejantes sin sentimientos?”

Y se ha sentado al lado de Joaquín Villaespesa. Él la observa en silencio. Cada uno conoce a ciencia cierta los pensamientos del otro. La coge de la mano  para darle lo único que le queda ya y en poco rato, una brizna de calor humano. Joaquín ha sido su camarada del alma. Es el mayor de todos ellos, tiene treinta y un años y nunca pudo acabar medicina en Cádiz. Allí le pilló la guerra y allí comenzó su carrera de militar republicano. Nunca debió de volver a Almería. A lo mejor si se hubiese quedado en Gibraltar ahora mismo no estaría subido en la Leona. Pero eran un puñado de románticos que iban a modernizar su tierra, ella les llamaba, tenía que sembrar la esperanza y mantener el espíritu revolucionario. Y para ello idearon una organización clandestina a la que denominaron el Socorro Rojo cuyas premisas eran: La primera, difundir las noticias de cómo iba la contienda y el avance del ejercito inglés en la guerra europea, la gran esperanza, el acicate sobre el que dependía la vuelta de la libertad a España. El segundo, ayudar a las familias de los republicanos supervivientes a la guerra, recién dada por acabada, con víveres y algo de dinero si era preciso, mientras permanecían escondidos entre las grietas de una sociedad dominada por el miedo y el hambre, y que por encima de todo, no estaba dispuesta a dejar respiraran a los perdedores. Aún no sabían que, todos sin excepción, habían sido vencidos, todos sin excepción habían muerto en parte o enteros, habían fracasado como sociedad. ¿Qué más se puede perder? Sin embargo muchos son los carroñeros que hacen del hecho de exterminar al débil la siguiente batalla por la que condecorarse después de firmar la paz de las pistolas y de subir al podio. Porque en el etiquetado y fumigado de los insectos, los entomólogos fascistas se deleitaban cada vez con más fruición, con menos pudor, con mucho crucifijo de clavos afilados y muy poca caridad. 

Y en aquella inocente resistencia, antes de ser atravesados por el alfiler de sus taxidermistas, Joaquín Villaespesa se erigió como líder natural. Era el más experimentado. Era el estudiante universitario, el más activo y vivido, el que tenía más mundología y sabía a ciencia cierta lo que se estaban jugando si se resignaban sin revolverse. El que recibía el periódico gibraltareño El Calpese. El consulado inglés hizo de puente entre la información y los que querían ser informados de la verdad de lo que estaba pasando en el otro infierno, el europeo. La transcripción de los comunicados de la BBC fue el día a día de la resistencia: El Parte Inglés. Justo por lo que fueron condenados además de por una sarta de carteles aledaños que le fueron colocando a cada uno para adornar con cuernos y rabos de pinchos de forma personalizada al centenar de ajusticiados que no se resignaron en Almería a vivir de aquella manera tan alienante, en un país donde, en aquel tiempo, no se podía usar la boca ni para comer ni para hablar.

Radio Nacional de Londres, miércoles 8 de marzo de 1941:

“...Se señala en Londres que a una ruptura de relaciones diplomáticas con Bulgaria no seguirá necesariamente la declaración de guerra, pero si las tropas alemanas atacan, bien a Grecia o a Turquía entonces lamentablemente...”

El mismo centenar que durante el año cuarenta y uno se organizó en Almería para alimentar lo único alimentable con sus delgados cuerpos: la esperanza que pendía del triunfo de Gran Bretaña en la contienda europea, del que  dependía la recuperación de su libertad. 

Pero el agujero negro no parecía tener fin y allí estaban los perdedores en más alma que cuerpo, a punto de ser regurgitados por ella, por la insaciable Leona, a las puertas del cementerio de San José:

Joaquín Villaespesa Quintana, Encarnación García Córdoba, Cristóbal Company García, Francisco García Luna, Antonio González Estrella, Juan Hernández Granados, Diego Molina Matarín y Francisco Martín Vázquez. El resto del centenar que sumaban el total de ajusticiados tenían diversas condenas de muchos años, según la cantidad de excusas baratas que habían redactado sobre el papel mojado del Franquismo donde: “todos era autores de un delito de adhesión a la rebelión, como parte de una organización clandestina de tipo marxista para la propaganda, la agitación, acción y el Socorro Rojo".

De Encarna dijeron calumnias mil, con la retranca añadida de ser mujer y contestataria, doble pecado mortal. La realidad es que las féminas de aquella España que estaban a punto de abandonar, las perdedoras entre los perdedores, estaban abocadas a la miseria y a la prostitución, no les quedaba otra salida. Y durante el proceso de ajusticiamiento salió a relucir que Encarna  había sido detenida anteriormente por pertenecer a las Juventudes Libertarias y hacer una obra de teatro en El Cervantes para recaudar fondos para la República. La causa real es que se negó a complacer el acoso sexual de un Jefe de Información e Investigación llamado Ureña. Simplemente no se lo perdonó nunca. La etiquetó de insecto peligroso y la puso en el rincón de los exterminables. Todo llegaría, había tiempo.

Se niega a recibir la comunión igual que el resto de los condenados, excepto Joaquín. Ha venido Andrés Martínez, intimo amigo de Villaespesa y párroco de Sorbas para acompañarlos. Los besa uno por uno. Ni una lágrima.

—¡CONTRA LA TAPIA! 

Antes de la ráfaga y el vergonzante silencio, se escucha el rugido de la autentica Leona sobre la brisa salada del amanecer de Almería: 

—¡Tirad al corazón! ¡Matadme!

Encarna Magaña 

(Tabernas,1921-

Almería, 1942)

 Dependienta de papelería 

y activista política. 

Única mujer fusilada en la 

posguerra en Almería 

según la sentencia 

de: El Parte Inglés


Bibliografía: 

El Parte Inglés, 

(Eusebio Rodríguez)

Círculo Rojo, 2018
(La voz de Almería)

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