El torero local deja sonar los tres avisos toreando al buen cuvillo que hizo cuarto y para el que se pidió el indulto. Gran faena al natural. Morante y Talavante cortan cada uno una oreja
La faena enorme de Finito fue un escándalo. Los naturales forman ya parte de la mejor historia de Juan Serrano. El toro, de nombre Laborador, fue excepcional por fijeza, prontitud y nobleza. Las perfectas hechuras lo cantaron. Se fue suelto del segundo puyazo y se rajó cansado al final de la faena, después de embestir bien por ambos pitones. Los naturales de Finito, su estética única, una muleta mecida al son de su sensibilidad exquisita y el temple y la quietud (confiado atornilló las zapatillas) fue un conjunto sublime que provocó los oles más secos y rotundos que uno ha escuchado hace mucho tiempo.
Pasó lo de siempre. A uno se le ocurrió pedirle al torero que no lo matara y la mayoría se contagió para pedir un indulto injustificado. El presidente le ordenó a Finito que lo matara pero el torero se negó. Y fueron sonando avisos mientras Finito seguía toreando a un toro ya definitivamente rajado.
El tendido se había empeñado en el indulto. En ese momento, el torero debería haberse marchado al callejón. La autoridad insistía en que no debía hacerlo pero lo mató de una estocada, en actitud de desacato, ya fuera de tiempo. La plaza era un corral de gallinas. Finito recogió una ovación cuando ya se había ordenado la salida del quinto. Por su actitud tozuda perdió un rabo que hubiera cortado si esa estocada la ejecuta antes del tercer aviso.
Fue el escándalo de la tarde. El palco estuvo en su sitio y no permitió el indulto de un toro carente de las condiciones necesarias para ello. Por la mañana hubo otro escándalo en los corrales. La corrida se sorteó cerca de las dos de la tarde. El presidente admitió toros que había rechazado por la presión insoportable de los representantes de Morante, que amenazaron con que tanto su torero como Talavante no harían el paseíllo. Según sus propias palabras, admitió la imposición porque no podía dejar a Córdoba sin toros en el sábado de la Feria. Lo bueno de la corrida de Núñez del Cuvillo, que tuvo un par de toros muy chicos -primero y tercero-, es que fue excelente. Cuando el toro se mueve se olvidan muchas cosas. El primero fue noble y soso. Finito dejó detalles sueltos de calidad sin lograr la ligazón adecuada.
La faena enorme de Finito fue un escándalo. Los naturales forman ya parte de la mejor historia de Juan Serrano. El toro, de nombre Laborador, fue excepcional por fijeza, prontitud y nobleza. Las perfectas hechuras lo cantaron. Se fue suelto del segundo puyazo y se rajó cansado al final de la faena, después de embestir bien por ambos pitones. Los naturales de Finito, su estética única, una muleta mecida al son de su sensibilidad exquisita y el temple y la quietud (confiado atornilló las zapatillas) fue un conjunto sublime que provocó los oles más secos y rotundos que uno ha escuchado hace mucho tiempo.
Pasó lo de siempre. A uno se le ocurrió pedirle al torero que no lo matara y la mayoría se contagió para pedir un indulto injustificado. El presidente le ordenó a Finito que lo matara pero el torero se negó. Y fueron sonando avisos mientras Finito seguía toreando a un toro ya definitivamente rajado.
El tendido se había empeñado en el indulto. En ese momento, el torero debería haberse marchado al callejón. La autoridad insistía en que no debía hacerlo pero lo mató de una estocada, en actitud de desacato, ya fuera de tiempo. La plaza era un corral de gallinas. Finito recogió una ovación cuando ya se había ordenado la salida del quinto. Por su actitud tozuda perdió un rabo que hubiera cortado si esa estocada la ejecuta antes del tercer aviso.
Fue el escándalo de la tarde. El palco estuvo en su sitio y no permitió el indulto de un toro carente de las condiciones necesarias para ello. Por la mañana hubo otro escándalo en los corrales. La corrida se sorteó cerca de las dos de la tarde. El presidente admitió toros que había rechazado por la presión insoportable de los representantes de Morante, que amenazaron con que tanto su torero como Talavante no harían el paseíllo. Según sus propias palabras, admitió la imposición porque no podía dejar a Córdoba sin toros en el sábado de la Feria. Lo bueno de la corrida de Núñez del Cuvillo, que tuvo un par de toros muy chicos -primero y tercero-, es que fue excelente. Cuando el toro se mueve se olvidan muchas cosas. El primero fue noble y soso. Finito dejó detalles sueltos de calidad sin lograr la ligazón adecuada.
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