Hay estereotipos de los que resulta muy difícil escapar. El de barrio conflictivo y peligroso es uno de ellos. El Puche, en la periferia de la capital, lleva décadas siendo sinónimo de degradación social: hablar de este lugar es el equivalente, todavía hoy, a hacerlo de pobreza, precariedad, analfabetismo o tráfico de drogas. Y es cierto que esos elementos, cargados todos ellos de una enorme fuerza negativa, rigen su vida diaria. Pero también lo es que, desde hace años, las administraciones, algunas ONGs y muchos de sus vecinos se esfuerzan por cambiar las cosas, deseosos de sacudirse el estigma que significa vivir en este gueto.
“Cuando empezamos a trabajar aquí, la gente nos decía: el barrio es una mierda porque nosotros somos una mierda. Mientras ese pensamiento no cambie no hay nada que hacer, es imposible dar otro paso. Y eso las administraciones no lo entienden”. Quien expone de manera tan clara cómo se ven aquí las cosas es Juan Miralles, coordinador de ‘Almería Acoge’, una ong que lleva años trabajando sobre el terreno y que está haciendo una labor encomiable para darle la vuelta a una realidad que se muestra tozuda.
Porque, como explica, no se trata solo de las inversiones realizadas –posiblemente, El Puche sea de los barrios dónde más dinero público se ha destinado-, sino de cómo y para qué se hace ese gasto. Hay muchos ejemplos. Mari Martínez, directora del Colegio Público Josefina Baró desde hace 35 años, le muestra a esta periodista uno de ellos. La entrada del centro está llena de socavones y agujeros, pero hace años que por aquí no se ve a un trabajador municipal arreglando las aceras. Sin embargo, justo enfrente, luce espléndido un carril bici que llega hasta el polígono industrial Sector 20. No se ha visto pasear por él a un solo ciclista desde que se inauguró, hace ya meses.
“Nunca se había notado tanto abandono en el barrio. Es como si lo hubieran dado por imposible”, dice. Un recorrido a pie por El Puche carga de argumentos estas palabras. Hay calles en las que se acumula la basura y solares que sirven de escombreras, pero tampoco se ven suficientes contenedores y desde ‘Los Huevos Fritos’, en la parte sur, hasta ‘Los Pisillos’, en el extremo norte, no hay una sola papelera.
Ocurre algo parecido con el alumbrado público. Se cuentan por decenas los enganches ilegales al tendido eléctrico, aunque eso posiblemente no justifique que las farolas que se rompan no se reparen, hasta el punto de que la gente se ve obligada a caminar con linternas para ahuyentar la oscuridad absoluta que envuelve las calles en cuanto se va el sol. En diciembre tuvo lugar otro ejemplo más de esta suerte de acción-reacción a la que parece sometida la vida del barrio. Un grupo de cafres atacó a pedradas un par de autobuses urbanos. La respuesta del ayuntamiento fue tan contundente como taxativa: cambió el trayecto para evitar más roturas de cristales y dejó a los vecinos sin bus en la mayor parte de El Puche.
“Como aquí son muy malos y lo hacen todo polvo, pues no hay que arreglar las aceras, ni las farolas, ni poner papeleras ni cambiar los contenedores. La dejadez es total y absoluta”, se queja Mari Martínez, que conoció el barrio en sus inicios y que ha visto cómo se evolucionaba en algunas cosas a la vez que se involucionaba en otras. Ella misma sufrió un robo en el colegio las pasadas Navidades. Pidió al ayuntamiento que arreglara los desperfectos y la respuesta fue que no había operarios. Por el hueco abierto, los ladrones entraron tres veces más hasta llevarse todos los ordenadores del centro.
“Es la forma de intervenir sin tener en cuenta los propios procesos de la gente lo que hace que el dinero invertido no sirva para nada. Hay un refrán africano que dice que ‘los que mejor se calientan son los que están más cerca del fuego’. Es decir, quien conoce la realidad es quien la vive. Hay que contar con ellos para saber qué necesitan”, argumenta Juan Miralles.
Con esa filosofía trabaja ‘Almería Acoge’ junto con la Fundación CEPAIM. Su labor es a pie de calle, con mujeres sin recursos y sin estudios, de procedencia extranjera en un enorme porcentaje. Otro de los programas de la ong en el barrio es el proyecto “Educando en las calles de El Puche”, financiado por la Obra Social La Caixa, que coordina el integrador social Óscar Bleda. A sus 26 años, se ha convertido en una especie de ‘hermano mayor’ para los chavales de la zona, un tipo al que todos respetan. Lo que él dice va a misa.
“Están hartos de la imagen de este sitio y son los primeros interesados en cambiarla”, explica. Bleda trabaja con un centenar de jóvenes de 12 a 25 años y les inculca que deben cuidar el barrio como si también fuera algo suyo. En esa ‘reconquista’ del espacio público ya se han conseguido al menos dos logros: se ha rehabilitado una pista de fútbol en la que juegan a diario más de 40 chicos, con un nombre que da una idea de lo que quieren para su barrio, ‘Dignidad El Puche’, y se ha creado un gimnasio callejero para que los jóvenes practiquen ‘street-work’. “Es solo el principio. Todavía nos queda mucho por hacer”, concluye.
Aunque se han invertido millones de euros, la imagen sigue siendo desoladora. “No se tiene en cuenta a la gente”, dice Juan Miralles, de ‘Almería Acoge’
“Cuando empezamos a trabajar aquí, la gente nos decía: el barrio es una mierda porque nosotros somos una mierda. Mientras ese pensamiento no cambie no hay nada que hacer, es imposible dar otro paso. Y eso las administraciones no lo entienden”. Quien expone de manera tan clara cómo se ven aquí las cosas es Juan Miralles, coordinador de ‘Almería Acoge’, una ong que lleva años trabajando sobre el terreno y que está haciendo una labor encomiable para darle la vuelta a una realidad que se muestra tozuda.
Porque, como explica, no se trata solo de las inversiones realizadas –posiblemente, El Puche sea de los barrios dónde más dinero público se ha destinado-, sino de cómo y para qué se hace ese gasto. Hay muchos ejemplos. Mari Martínez, directora del Colegio Público Josefina Baró desde hace 35 años, le muestra a esta periodista uno de ellos. La entrada del centro está llena de socavones y agujeros, pero hace años que por aquí no se ve a un trabajador municipal arreglando las aceras. Sin embargo, justo enfrente, luce espléndido un carril bici que llega hasta el polígono industrial Sector 20. No se ha visto pasear por él a un solo ciclista desde que se inauguró, hace ya meses.
“Nunca se había notado tanto abandono en el barrio. Es como si lo hubieran dado por imposible”, dice. Un recorrido a pie por El Puche carga de argumentos estas palabras. Hay calles en las que se acumula la basura y solares que sirven de escombreras, pero tampoco se ven suficientes contenedores y desde ‘Los Huevos Fritos’, en la parte sur, hasta ‘Los Pisillos’, en el extremo norte, no hay una sola papelera.
Ocurre algo parecido con el alumbrado público. Se cuentan por decenas los enganches ilegales al tendido eléctrico, aunque eso posiblemente no justifique que las farolas que se rompan no se reparen, hasta el punto de que la gente se ve obligada a caminar con linternas para ahuyentar la oscuridad absoluta que envuelve las calles en cuanto se va el sol. En diciembre tuvo lugar otro ejemplo más de esta suerte de acción-reacción a la que parece sometida la vida del barrio. Un grupo de cafres atacó a pedradas un par de autobuses urbanos. La respuesta del ayuntamiento fue tan contundente como taxativa: cambió el trayecto para evitar más roturas de cristales y dejó a los vecinos sin bus en la mayor parte de El Puche.
“Como aquí son muy malos y lo hacen todo polvo, pues no hay que arreglar las aceras, ni las farolas, ni poner papeleras ni cambiar los contenedores. La dejadez es total y absoluta”, se queja Mari Martínez, que conoció el barrio en sus inicios y que ha visto cómo se evolucionaba en algunas cosas a la vez que se involucionaba en otras. Ella misma sufrió un robo en el colegio las pasadas Navidades. Pidió al ayuntamiento que arreglara los desperfectos y la respuesta fue que no había operarios. Por el hueco abierto, los ladrones entraron tres veces más hasta llevarse todos los ordenadores del centro.
“Es la forma de intervenir sin tener en cuenta los propios procesos de la gente lo que hace que el dinero invertido no sirva para nada. Hay un refrán africano que dice que ‘los que mejor se calientan son los que están más cerca del fuego’. Es decir, quien conoce la realidad es quien la vive. Hay que contar con ellos para saber qué necesitan”, argumenta Juan Miralles.
Con esa filosofía trabaja ‘Almería Acoge’ junto con la Fundación CEPAIM. Su labor es a pie de calle, con mujeres sin recursos y sin estudios, de procedencia extranjera en un enorme porcentaje. Otro de los programas de la ong en el barrio es el proyecto “Educando en las calles de El Puche”, financiado por la Obra Social La Caixa, que coordina el integrador social Óscar Bleda. A sus 26 años, se ha convertido en una especie de ‘hermano mayor’ para los chavales de la zona, un tipo al que todos respetan. Lo que él dice va a misa.
“Están hartos de la imagen de este sitio y son los primeros interesados en cambiarla”, explica. Bleda trabaja con un centenar de jóvenes de 12 a 25 años y les inculca que deben cuidar el barrio como si también fuera algo suyo. En esa ‘reconquista’ del espacio público ya se han conseguido al menos dos logros: se ha rehabilitado una pista de fútbol en la que juegan a diario más de 40 chicos, con un nombre que da una idea de lo que quieren para su barrio, ‘Dignidad El Puche’, y se ha creado un gimnasio callejero para que los jóvenes practiquen ‘street-work’. “Es solo el principio. Todavía nos queda mucho por hacer”, concluye.
Aunque se han invertido millones de euros, la imagen sigue siendo desoladora. “No se tiene en cuenta a la gente”, dice Juan Miralles, de ‘Almería Acoge’
Comentarios
Publicar un comentario