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Los heridos y las cartas del desastre

La guerra de Cuba fue dejando un rastro de tragedia que permaneció intacto en la memoria de las gentes a lo largo de varias generaciones. En casi todos los pueblos de la provincia, y en casi todos los barrios de la ciudad, había al menos una familia que había perdido a un hijo en Cuba o no sabía nada de su paradero. Al desastre de la guerra se unió la desolación y la impotencia que generaba la falta de noticias, la lentitud de las cartas que tardaban meses en llegar, los largos periodos de silencio que presagiaban el peor desenlace.

“Si en tiempo de batalla cayera herido mi corazón, cúrame las heridas yo te lo pido, niña por Dios. Vente cubana a España, que aquí en la Habana hace calor, vente cubana a España que se respira mucho mejor”, decía una de las coplas que de niños escuchábamos cantar a nuestras abuelas, y que nos traían historias lejanas de un familiar al que nunca conocimos que hizo la guerra de Cuba.

El sentimiento de derrota se palpaba a diario en las noticias que publicaban los periódicos locales, donde se hablaba de pérdidas, de heridos, de muerte. Los rostros del fracaso eran las decenas de repatriados que desde 1898 llegaban todas las semanas al puerto de Almería. La mayoría venían heridos, vencidos por dentro y por fuera, sin otra recompensa que la de los veinte duros de socorro que les daba el Gobierno, que por Real Orden había dispuesto que se les entregaran doscientas pesetas a los sargentos y cien a los cabos, cornetas y soldados repatriados.

Las malas noticias y el sentimiento de derrota generaron un clima de solidaridad en la ciudad, que se volcó en la ayuda a los que regresaban con vida. La Cruz Roja de Almería estableció un sanatorio en uno de los salones de la Diputación para pasaran allí el periodo de convalecencia los soldados repatriados, y el alcalde, Guillermo Verdejo, pidió permiso a los hermanos de San Juan de Dios para poder utilizar como hospital las instalaciones del manicomio.

Los últimos días del verano del 98 fueron amargos. Las noticias de muerte se repetían a diario en la prensa local, que tenía como única fuente el diario oficial del Ministerio de la Guerra, donde a veces se informaba de los fallecidos con varios meses de retraso. “Ha fallecido en Veguitas (Santiago de Cuba), el soldado de Almería Pedro Molina Guevara. Han fallecido en Sancti-Spíritu los soldados Juan Martos Reina y Luis Navarrete, de Albox y Suflí, y en Cienfuegos y Bayano los soldados Isidoro Álvarez Ruiz, José Casado Hidalgo y José Gallarés Sánchez, de Almería”, contaba el periódico. Aquel verano, en medio de un clima de tristeza general, la banda municipal no tocó en el Paseo como era habitual en aquella época.

El día que llegaba un barco con repatriados, cientos de personas se daban cita en el puerto. Los familiares de los soldados acudían con la esperanza de que llegara el marido o el hijo de la guerra. “Procedente de Málaga llegaron en el vapor Alcira los soldados: José Carmona Zapata, de Almería; Andrés Requena Requena, de Sorbas; y Cristóbal Linares Cano y Joaquín López Benavente de Adra”, informaba la prensa.

En el Cuartel de la Misericordia se estableció un servicio de información donde acudían los familiares en busca de noticias cuando dejaban de llegar las cartas. También existía un punto de referencia para los repatriados, al que acudían con frecuencia para reclamar las ayudas económicas aprobadas por el Gobierno, que casi siempre llegaban con retraso, como las noticias que se conocían de Cuba. La guerra estaba perdida y la única esperanza de cientos de familias almerienses es que sus allegados regresaran con vida cuanto antes. La Navidad de 1898 trajo buenas noticias para muchas casas de Almería y su provincia. El vapor Satrústegui desembarcó en el puerto a un centenar de repatriados, cuyos nombres y apellidos aparecieron en el periódico al día siguiente para que  los familiares pudieran venir a recogerlos. Alonso Soler, de Vera; Domingo Pérez Ávila, de Huércal Overa; José Quesada Membrive, de Serón; Gabriel Villegas Criado, de Dalias; Teodoro Martos Gea, de Cantoria; Juan Oquendo Egea, de Vélez Rubio, fueron algunos de los soldados que recibieron el homenaje de las autoridades en la explanada del muelle en aquel mes de diciembre de 1898.

El rastro que fue dejando la guerra resultó interminable. Iban pasando los años y muchas familias seguían viviendo en la incertidumbre de no saber el paradero de sus hijos. En el mes de mayo de 1900, seguían apareciendo en los periódicos las confirmaciones de soldados fallecidos dos años antes. “El Ministerio de la Guerra ha verificado la muerte del soldado Juan Saavedra Miguel, natural de Pechina, que murió de enfermedad común en La Habana el 15 de agosto de 1898”.

Las familias se enteraban de la muerte de un soldado por las listas del diario del Ministerio de la Guerra

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