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El día que Macael fue una locura

Fue un día de diciembre de 1947 en Los Filabres cuando Macael fue una fiesta, como París cuando terminó la II Guerra Mundial, cuando soldados americanos que volvían de las trincheras besaban  los labios de agotadas enfermeras de la Cruz Roja desfilando por los Campos Eliseos; fue como si se desatara un frenesí colectivo, en cada rincón, en cada taberna de ese pueblo de caciques y canteros; fue una alegría espontánea que tomaba la calle como si se acabara el mundo, como cuando Ortega y Gasset  relató la locura de Níjar en su libro La Rebelión de las masas, en ese macrobotellón con pellejos de aguardiente acaecido en el siglo XVIII.

Vino y cohetes
No fue ese júbilo campechano -en el caso de Macael- por la coronación de ningún rey, como en la villa nijareña, sino porque acababa de conocerse la sentencia sobre el histórico ‘Pleito de las canteras’ que devolvía al pueblo la titularidad de sus montes blancos como el armiño  y se la quitaba a los herederos de ricos propietarios de antaño.
Macael, la noble Macael, aislada y sola, llenó sus calles de gente que se congregaron en torno a la Plaza del Generalísimo con ganas de jarana como en un carnaval.

Tras 30 años de litigios tribales, de recursos y amparos, los macaeleros volvían a disponer de sus bancadas de oro blanco y a no depender de las concesiones del Rematante y de los Ortices.

Cuando apenas había teléfonos, la información llegó por telegrama del Gobierno Civil y se fue transmitiendo de boca a oreja, como un medieval  mester de juglaría.  La Audiencia Territorial de Granada había fallado en favor del Ayuntamiento y el alcalde, Maximiliano Martínez Ramos, dispuso barriles de vino repartidos por el pueblo, como si fueran maceteros de geranios, para celebrar la bienhechora resolución.

La gente desfilaba entonces con aire marcial por todas las calles entre vítores y aclamaciones populares, entre el repique de campanas y el disparo de cohetes.

¡Ha ganado el pueblo!
La muchedumbre  entusiasmada festejó el acontecimiento como ningún otro desde que se tuviera memoria. Por el empedrado de la calle Porche saltaban los niños como cuando salían a pedir el aguinaldo y por la barra de los bares como el  Nevao corría el anís y hubo quien sacó guitarras para festejar, mientras los perros ladraban preguntándose  qué le  pasaba a sus amos. Canteros y arrieros, leñadores y campesinas, infantes y concejales, maestros y mercachifles, cantaban al unísono, junto a la ventana, con una bolsa de higos secos en la mano, con los cristales empañados por el aliento ¡Ha ganado el pueblo, ha ganado el pueblo!  un guiño de rebeldía popular en plena efervescencia del Caudillo.
Ese fue el final dichoso de un contencioso cainita que provenía del año 1919 y, antes aún, de cuando en 1897 se permitió a los ayuntamientos, por Real Decreto, poder vender bienes comunales como los montes donde están las canteras.

En esas fechas, el alcalde de Macael, Antonio Ortiz Valdés, se resiste y solicita la exención para que el uso de las canteras siguiese siendo para aprovechamiento común de los vecinos. Es decir, un cacique local defendiendo los intereses del pueblo.

Sin embargo, Ortiz junto a Francisco Martínez  apelaron a derechos históricos para explotar en régimen privado y perpetuo canteras que procedían de los bienes desamortizados de la iglesia como la Cantera Alta, Umbría del Pozo y Barranco Puntilla.

El Ayuntamiento aprobó la petición con el  sonrojante voto favorable del propio alcalde, Antonio Ortiz, a la sazón uno de los beneficiarios de esa enajenación junto a su socio Martínez.

Sin embargo, el romance  entre ambos notables por problemas contables  provocó que ortices y martínez -como flores y carrillos en Mojácar, como fuentes y giménez en Vera- se convirtieran en ásperos enemigos rurales.

En ese ambiente de lucha entre familias por el control de las canteras de Los Filabres,  se radicalizaron las huelgas obreras que condujeron al cierre de explotaciones y a la emigración a la Argentina.

El pésimo estado de las finanzas municipales provocó que el Ayuntamiento convocase una subasta para extraer 4.000 metros cúbicos de mármol durante veinte años. Aunque el favorito era el Antonio Ortíz, fue José Martínez Cruz, mediante una triquiñuela con información privilegiada, el que se adjudicó la subasta siendo conocido desde entonces como el Rematante.

El Rematante
Pasaron los años y los ayuntamientos de la República intentaron rescindir el contrato de la subasta alegando que Martínez no respetaba el pliego de condiciones e invadía otras cuadrículas mineras.

El 1 de mayo de 1931, el pueblo se manifestó  y salió a la calle exigiendo la devolución de las canteras, mientras los ortices y los martínez  arreciaban en su rivalidad, como montescos y capuletos entre yacimientos de mármol
Durante la Guerra, el Consejo Municipal consiguió, mediante presiones, que los herederos de Ortiz renunciasen a parte de las canteras comunales. Tras la contienda, tanto el rematante como los ortices pidieron que se les restituyeran los derechos sobre las canteras y el Tribunal falla a su favor en 1942. Pero una resolución del Gobierno Civil impidió que se entregasen los terrenos a Martínez Cruz y se ejecutase la sentencia.

Audiencia a Franco
El nuevo alcalde, Maximiliano Martínez,  en 1946, solicitó audiencia al mismo Franco y, aunque no se entrevistó con el Caudillo, lo cierto es que unos meses después, el 1 de diciembre de 1947, la Audiencia Territorial de Granada dictó sentencia definitiva para que el pueblo de Macael recuperase la titularidad de sus montes de  oro blanco, dando rienda suelta al anís, a los cohetes y a las guitarras, en un día memorable de hace ahora 70 años.

En cada calle, el alcalde abrió un barril de vino y en las tabernas corrió el anís y sonaron las guitarras, el pueblo había ganado el histórico Pleito de las canteras.

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