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La estirpe almeriense de la artillera Agustina

Agustina de Aragón se casó en 1824 con el médico almeriense Juan Cobos y sus nietos, bisnietos y tataranietos continuaron fieles a esta ciudad.

Uno se la imagina paseando por esa ciudad amurallada que era entonces Almería, del brazo de un carlista almeriense -ella tan realista- con los labios gruesos que hemos visto en sus retratos, con el recuerdo del olor a pólvora y la imagen de los cuerpos mutilados. Estuvo Agustina, la artillera del Sitio de Zaragoza, la heroína que  frenó a los franceses,  no se sabe ni cuántas veces ni por cuánto tiempo en esta ciudad meridional donde había nacido su nuevo marido, y sin que aquí dejara huella ninguna.

Sin embargo, sus descendientes sí volvieron en diversas ocasiones a visitar a familiares, a escudriñar orígenes, a perseguir la leyenda de su legendaria antepasada.

Agustina Zaragoza Domenech, la heroína de la Guerra de la Independencia, nacida en Barcelona en 1786, hija de payeses catalanes, quedó viuda con un hijo en 1823 y unos meses después, coincidiendo con el año de la expedición de Los Coloraos, se casó con Juan Cobos y Mesperuza, un médico almeriense, doce años más joven que ella. La nueva familia se fue a vivir a Valencia y al año siguiente vino al mundo su  hija Carlota.

Agustina, para esas fechas, era ya una celebridad en el país: había sido la defensora a ultranza de Zaragoza, la muchacha que con 22 años había arengado a las tropas españolas en la Puerta del Portillo ante el ataque del general Lefebvre, la que, al ver caer una batería, empezó a saltar entre cuerpos moribundos hasta llegar a prender la mecha de un cañón y disparar contra una columna francesa que se aprestaba ya a tomar la ciudad.

El general Palafox la condecoró como suboficial de Infantería, con sueldo de seis reales diarios. Empezó a circular por todo el país la leyenda de Agustina de Aragón, la defensora de Zaragoza y el rey felón, Fernando VII, cuando volvió de su exilio, la hizo llamar a la Corte para conocerla y allí Agustina, alternó con la duquesa de Alba y con ese  Goya, pintor de cámara, que la retrató con su famoso corpiño aferrada a un cañón de artillería.

Duró poco su estancia en Valencia, alternándola, según sus descendientes, con algunas visitas a Almería, a la casa de sus suegros José y Juana, que vivían a espaldas del Santuario de la Virgen del Mar.

La familia se trasladó después a Sevilla y allí se acendró la actividad política del médico almeriense como furibundo defensor de la causa carlista. Juan Cobos realizaba continuos viajes a Madrid y la situación económica del matrimonio con dos niños se deterioraba tanto como la convivencia. Tanto, que Agustina decidió marcharse a Ceuta donde vivía su hija Carlota con su yerno, el capitán Francisco Atienza.

Juan Cobos quedó en Sevilla con su hijastro Juan, también médico, cada vez más entregado a su fervor político y a las aspiraciones del pretendiente al trono español. Pasaron los años y Agustina nunca más volvió a ver a su marido ni volvió a pasear por las calles de Almería, hasta que murió de una afección pulmonar en 1857, con 71 años, tras una azarosa vida no exenta de leyenda.

Juan Cobos, el almeriense viudo de la bragada artillera, fue recompensado en 1876 por el pretendiente Carlos VII con el título nobiliario de Barón de Cobos de Belchite, aunque no era una acreditación oficial, puesto que no era otorgada por el monarca legítimo, en esas fechas Alfonso XII. Falleció en Madrid en 1885.

Su hija, Carlota Cobos tuvo dos hijos militares -Francisco y Augusto Atienza Cobos-  y Agustina, que fue notable pintora. La rama familiar continuó a través de Francisco Atienza Serrano y de Julio Atienza Navajas, tataranieto de Agustina de Aragón, que fue quien consiguió oficialidad, en 1953, para el título de Barón de Cobos de Belchite.

Julio, abogado y vicepresidente de la Casa de Almería en Madrid, dedicó parte de su vida a hacer una recopilación de los titulos nobiliarios almerienses y en esta ciudad tuvo casa, junto a su esposa, Joaquina de Murga, condesa del Vado Glorioso. Era una mansión que, según describe la veterana periodista Aurea Martínez, exhalaba historia por todos sus poros: cuadros enmarcados en molduras ochocentista, planos y fotografías antiguas, porcelanas, muestras del renacimiento español y una sagrada cena trabajada en nácar, regalo de un árabe alejandrino.

En la tierra de sus antepasados, pasó largas temporadas estivales Julio Atienza, recopilando datos de la familia de los Cobos, hasta que falleció sin hijos en 1989, dejando vacante este título nobiliario almeriense que intentó recuperar una década más tarde su sobrino  Carlos Atienza García sin éxito. Con don Julio Atienza acaba el recuerdo de esa relación teñida de leyenda, rodeada de lagunas, de la fiera Agustina con Almería, de esa mujer elevada a los altares por el anterior régimen, que engendraba como nadie los valores patrios de la raza, cuando la veíamos de niños en el cine en la piel de Aurora Bautista, con aquellos tediosos diálogos en los que también aparecía nuestro querido Eduardo Fajardo, y ella  diciendo en el dintel del Sitio de Zaragoza aquello de ¡Animo artilleros, que aquí hay una mujer cuando no podáis más! Ahí nació el mito de Agustina, de esa artillera, que terminó emparentando con sangre almeriense.

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